Dos figuras históricas, Álvaro Obregón y Francisco Villa, cuyos actos y muerte crearon el mito como personajes literarios, fue el tema que discutieron analistas y estudiosos durante el cierre del foro Villa y Obregón, otra vez frente a frente, en el Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana.
Amenizado con corridos, en voz del trovador Marcial Alejandro, el encuentro hizo un viaje itinerante por obras de escritores como Martín Luis Guzmán, Federico Gamboa, Luis Spota, José Emilio Pacheco y Jorge Ibargüengoitia, en los que de la hazaña se pasó al recreo del interés político.
En este mes cuando se cumplen 80 años del asesinato de Francisco Villa y 75 del de Álvaro Obregón, se analizaron desde este ángulo los papeles de ambos en la gesta revolucionaria, combate que finalizó en un destino común: víctimas del movimiento armado.
El militar sonorense, a decir del académico Fernando Curiel, se convirtió en criatura literaria (pese al poco énfasis que se le brindó como tal) no por sus hechos, sino “por sus dichos, gracejos, embustes, ocurrencias, anécdotas, manifiestos, memorias. Un caso por demás singular dentro de una época, nos cuadre o no, épica”.
De ahí que en primera instancia, para Martín Luis Guzmán sea una figura digna de retratar, “sin ignorar, claro está, la antipatía que le ocasionaba”. El autor de La Sombra del Caudillo inicia la búsqueda de un acercamiento humano por los laberintos erigidos por el propio Obregón en torno a su persona.
El especialista de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) dijo que si los caudillos revolucionarios estaban condenados a la extinción violenta en aras de la institucionalización, “el mecánico y agricultor se lleva la palma en escenario y luces”.
Presas de emboscadas encarnizadas: Carranza, Zapata y Villa, Álvaro Obregón, por el contrario, se aposta hasta el final “en una puesta en escena política -un banquete correligionario-, rueda de prensa incluida”, al morir en un festejo en su honor en el restaurante “La Bombilla”, en San Ángel.
Incluso, su asesino, un fanático “cristero”, a diferencia del “olvido amnésico que envuelve a los sicarios de los mencionados jefes revolucionarios, se asoma resuelto al prado donde pasean, transfigurados, los mártires”, refirió Curiel Defossé.
El escritor Jorge Ibargüengoitia mostró siempre una fascinación declarada por México, y en particular por su Revolución que dejó impresa en El Atentado, Los Relámpagos de Agosto y Maten al León.
Por su parte, señaló Ana Rosa Domenella, de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), en el que “el nombre del dictador romano sirve para exaltar el nombre del caudillo nacional y marcar el interreno bucólico entre el ejercicio del poder y la búsqueda de reelección”.
En “Memorias de novelas”, Ibargüengoitia confiesa que “el asesinato de Obregón es un hecho que me fascinaba y me sigue fascinando”.
“En Maten al León, el asesinato, la tortura a los sospechosos o culpables de los atentados adquieren un sitio preponderante y anticipan, como una vuelta de tuerca narrativa, el germen de la visión grotesca”, abundó Domenella.
Villa, “El centauro del Norte”, es retomado por Luis Guzmán como héroe popular, entendiéndolo como producto del imaginario colectivo que trasciende de generación en generación. Así, en El Águila y la Serpiente expresa los matices humanos del caudillo.
“Se admiró ante un hombre cuya personalidad era desconcertante, tanto que Villa igual respetaba a polos tan extremos como Felipe Ángeles, su estratega militar, y Rodolfo Fierro, su mano armada de “hermosura siniestra”, expresó Víctor Arciniega de la UAM.